Si 2021 fue un año complicado para los precios energéticos por el efecto que tuvo la gran recuperación económica tras la crisis del coronavirus, la invasión rusa de Ucrania en 2022, acabó de poner patas arribas el tablero energético.
Desde entonces, el miedo a tener problemas de abastecimiento de gas se ha intensificado, y es en este escenario donde el hidrógeno verde cimenta su postura como gran alternativa renovable y soberana al hidrocarburo. No depender de Rusia -tampoco de Argelia, Nigeria o Estados Unidos- y la descarbonización pasan por una tecnología probada, de consenso, pero que aún está lejos de instalarse a gran escala. Además, permitirá reducir las emisiones de sectores difícilmente electrificables, como son el transporte aéreo o el marítimo.
Hay planes a corto, medio y largo plazo para un gas que ya se utiliza en industrias como la petroquímica, aunque no tiene un origen renovable. Porque los colores del hidrógeno -que hacen referencia a la tecnología que se utiliza para crearlo- son otra de las claves geopolíticas de un combustible que moverá miles de millones de euros.
Con todo, España se presenta como una buena candidata para desarrollar esta alternativa limpia del gas; aspira a ser líder europea -si no una de las mundiales- del hidrógeno verde. Tiene costa, sol, viento y una apuesta contrastada por las renovables. No obstante, la carrera será larga y no estará exenta de obstáculos.
En cualquier caso, todavía hay margen de mejora para conseguir que la tecnología de la electrólisis mejore sus precios y, lo que es más importante, aún se debe resolver enEuropa una crisis de identidad regulatoria: qué es exactamente hidrógeno renovable. Esto podría afectar incluso a proyectos como el corredor mediterráneo y el famoso hidroducto entre Barcelona y Marsella.